Estos días, en la serie dedicada a los comercios que permanecen abiertos durante el confinamiento que estoy haciendo para IDEAL, he tenido ocasión de visitar una carnicería, una frutería y una pescadería.
Transitando las calles tristes, solitarias y vacías por la cuarentena, en cada uno de estos establecimientos he encontrado un oasis, un refugio lleno de vida, luz, color y esperanza que nos permite abastecernos de todo lo imprescindible para hacer el encierro lo más llevadero posible.
Dentro las especificidades y particularidades de cada sector, en los tres comercios de alimentación he encontrado unas mismas constantes: voluntad de seguir abiertos contra viento y marea; un gran respeto al virus, a la crisis que ha desencadenado y a sus terribles consecuencias y un enorme orgullo por el servicio que prestan a la comunidad.
La labor de las pequeñas tiendas de alimentación va más allá del mero abastecimiento de comida y vituallas. Es la confianza. Son las sonrisas. Es llamar a los clientes por su nombre. Son los ‘buenos días’, los ‘¿cómo estáis?’ y los ‘hasta mañana’, aunque mañana sea dentro de dos o tres días. Es conocer al cliente y, a pesar de todos los pesares, dispensarle un trato personalizado, cálido y cercano. Manteniendo las distancias, por supuesto.
Preparar los pedidos que llegan por teléfono y whatsapp y no tardar más de un minuto en entregarlos y cobrarlos, dando cumplimiento a las instrucciones del Ministerio de Sanidad de hacer la compra lo más rápido posible. Es llevar la compra a la casa de esos clientes que, mayores, solos o con movilidad reducida, no pueden, no deben salir a la calle.
Es, también, lo singular y esperanzador que resulta estar en cuarentena y confinados en casa, pero saber que las habas de la Vega de Granada se siguen recogiendo cada día y llegan a la frutería a la mañana siguiente. Comprobar que los espárragos de Huétor se están cosechando como siempre y los barcos siguen saliendo a faenar para que no falte género fresco en las pescaderías. O las carnes, embutidos y chacinas. Las chuletas, pollos y jamones, que llegan puntualmente a las vitrinas de las carnicerías. Y los vinos, quesos y cervezas, en sus expositores y frigoríficos. Cuando todo va mal, el sector primario vuelve a demostrar, una vez más, que conforma la base esencial sobre la que se asienta nuestra economía, que es el soporte básico e imprescindible sobre el que se sustenta nuestra vida diaria.
No va a haber desabastecimiento en nuestras tiendas y supermercados. Lo estamos viendo todos y cada uno de los días.
En momentos tan duros y complicados como estos, los sectores hortofrutícola, pesquero y ganadero dan un paso adelante y, además de proveernos de alimentos, generan empleo y riqueza, contribuyendo a mantener a flote la economía nacional.
Son muchos los trabajadores que, en esta crisis, están dando lo mejor de sí mismos para erradicar la pandemia y hacer que nuestro confinamiento sea lo más llevadero posible. Igual que aplaudimos a nuestros sanitarios todos los días a las 20 horas desde nuestros balcones, también debemos festejar a esos agricultores, pescadores y ganaderos que siguen con su dura tarea diaria; a las personas que trabajan en las plantas envasadoras, procesadoras y logísticas; a los transportistas, repartidores, reponedores y cajeros y a los dueños y trabajadores de los establecimientos de venta al público de comida y alimentos.
Para que una inmensa mayoría de ciudadanos podamos estar confortablemente en casa teletrabajando, cocinando, leyendo o hartándonos de ver películas; otros cientos de miles de trabajadores siguen dando el callo en el campo, en la huerta y en la mar; en las carreteras, tiendas, comercios y supermercados. Gracias a todos. Los aplausos de cada día también van por vosotros.